El camino de Santiago de Compostela día 1

El camino de Santiago de Compostela, 120 kilómetros de agradecimiento.

Cuando tienes la certeza de que lo que te ha pasado es un regalo de la vida, te levantas agradecido cada mañana y cierras tus ojos elevando una plegaria con el corazón regocijado de tantas bendiciones.
Caminar por esta vida no es fácil para nadie.

A muchos la vida los premia con ponerles obstáculos difíciles desde un principio, para enseñarles a disfrutar cada paso, no solo el destino final. A mí me premiaron.

A los 40 años decidí regalarme entonces cinco días conmigo, con la vida, con Dios.

A quienes han hecho parte de mi camino (mamá, papá, hermanos, abuelos, tíos, esposo, mi Pepe hermoso, mis amigos, mis compañeros de lucha diaria, mis mascotas, mis clientes… ellos son realmente mi vida) les dedico mis pasos resumidos en estas letras. A todos gracias.

Día 1
Sarria – Portomarín 22 Km

Salir de casa nunca me ha gustado, la verdad siempre he sentido que es mi lugar favorito, mi hogar, mi refugio. Partir ahora era más difícil porque estaba dejando a Pedro, mi hijo. Llevaba planeando este viaje durante más de un año. Fue difícil, muy difícil la despedida. Mi alma y mi corazón se quedaban con él. El largo trayecto hasta Madrid y luego a Santiago de Compostela iba a poner a prueba mi resistencia física porque al día siguiente iniciábamos el Camino. Me preocupaba el cansancio y los efectos en el cuerpo y en la mente por el cambio de horario.

En el aeropuerto de Santiago nos esperaba un hombre amable que nos trasladó en su carro al lugar de donde partiríamos: la población de Sarria. Dos horas de camino bajo la lluvia. A medida que avanzábamos fuimos tomando conciencia de la aventura que nos esperaba: peregrinos que veíamos por tramos con evidentes signos de cansancio.

El silencio reinó entre nosotras, Mónica mi hermana, mi amiga Diana y yo.

Sabía que ellas se estaban preguntando lo mismo: ¿en qué locura nos hemos embarcado?

Entonces, cerré los ojos e hice el esfuerzo de no pensar para no sentir la preocupación que me invadía y olvidarme un poco de la lluvia y del frío. Eran evidentes las difíciles condiciones en las que emprenderíamos esta aventura.

La primera imagen, al ingresar al hotel fue la de un grupo de peregrinos que llegaban con signos de agotamiento. Paradójicamente su expresión y su mirada trasmitían felicidad, quizá porque era la culminación de un día más de camino.

Cenamos y después descansamos. Rápidamente conciliamos el sueño. Se nos hizo corta la noche pero despertamos con la expectativa natural de quien tiene mucho por descubrir.

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